free web counter

20230108

el taxista de los dulces

 Todo mi día fue una locura. Estaba tan cansado y tan agotado pero pensé que no lo lograría. La vida nos pone obstáculos constantes y yo solo sigo pasándolos. A veces ni siquiera sé cómo. El miedo se ha apoderado de mi tan fuerte que, creo que verdaderamente estoy muriendo. Es como si el sentido de la supervivencia no existiera en mí.

Cuando me subí a ese taxi y observé como mi amigo y su mamá estaban bajando, se me vació el corazón. No quería que se fueran, de ninguna manera, pero entendí que eso debían hacer (yo mismo había realizado ese plan). El auto era uno moderno y el motor no hacía ruido, así que me gustaba. Una vez se bajaron, pude oler mejor el aroma que envolvía la estancia. Es difícil de explicar, pero no era un olor desagradable.

No podía mantenerme quieto pensando en porqué habían elegido a un señor tan mayor como conductor. Fui prejuicioso y pensé que ese detalle era equivalente a desconfiar, pero cualquier situación en la que esté a solas con alguien mayor que yo que no conozca, me aterra.

El señor comentó el partido que narraban en la radio y yo respondía con comentarios vagos, porque no tengo ni idea de fútbol ni pienso tenerla. A medida que nos dirigíamos a mi dirección la cual él no sabía todavía, me tranquilizaba un poco mirando por la ventana. Era de noche, y las luces de la ciudad estaban encendidas. Es el mismo paisaje de siempre, pero es lindo.

El señor habló y me asusté. "Empiezan las clases mañana, ¿no?". "Sí, lamentablemente". Me preguntó a qué curso iba y el hombre pensó que a mí aún me faltaban dos años para terminar el instituto, pero este era mi último. Quizás sigo viéndome pequeño. 

Noté como el señor solo trataba de sacar algún tema de conversación y en el fondo lo agradecí porque pude relajarme un poco más. Había bajado el volumen de la radio y ahora podía escucharme mejor. "¿Qué piensas estudiar?" inquirió. Yo, con una genuina sonrisa (aunque probablemente no podía verme, mientras miraba por la ventana, respondí: "Repostería". El hombre hizo un ruido entre sorpresa y risa, que en su momento no entendí. "Entonces... ¿pasteles y postres, no?". "Sí, me gusta mucho". "Eso está bien; hacer algo que te guste. Además, eso da buen dinero". Reí. El señor, entonces comenzó a explicarme la historia de porqué no podía tomar pasteles ni dulces nunca más.

"Soy diabético", dijo. Yo lamenté un poco, pero prosiguió a contarme la noche que se comió 60 pastelitos pequeñitos en una cena y que casi no llega al hospital porque pensó que se moría de un ataque al corazón. Una vez llegaron, el médico le preguntó si quería matarse y le dio su diagnóstico. Desde entonces, no ha comido nada dulce, porque dice que las tartas sin azúcar no saben igual. Yo me reí, ya que él también se estaba riendo. Era una gran coincidencia que, un futuro repostero y un diabético coincidieran un domingo, de noche, a las ocho, en una gran ciudad. Mi mente estaba ocupada pensando en las posibilidades de las horribles cosas que podrían pasar, sin embargo, todo se esfumó cuando comencé a charlar con ese risueño señor. 

La curiosidad pudo conmigo y le pregunté si le gustaba su trabajo y me dijo que sí. En algún momento de nuestra corta conversación, me sentí conectado a él. Sentí que si no siguiera viviendo, no podría vivir esos pequeños momentos hermosos y efímeros con alguien del que no conocía su nombre (ni él el mío). Después de llegar a mi casa, me dio tristeza bajar del auto. Olía bien, era cómodo, no hacía ruido, y había un gran conductor a su cargo.

"Mucha suerte", me dijo.

"Igualmente, y no tomes pasteles", le respondí. Reímos y cerré la puerta del carro para abandonar la carretera y subir a mi hogar, agotado. Por unos momentos me sentí triste, pero luego sonreí, porque había conocido a alguien nuevo que quizás nunca más volvería a ver (eso es lo hermoso).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

♩✧♪●♩○♬☆

𓂃 𓇠 𓂅 𓈒𓏸𓐍 𓇢 𓆸 𓍯